12 de agosto de 2025

Ser mamá en política: entre la devoción simbólica y la exclusión real


El culto a la maternidad está por todas partes en el discurso público. Pero apenas una mujer exige ejercer su maternidad en espacios de poder, el rechazo se hace explícito. El sistema te trata como un problema, un trámite incómodo, un obstáculo que “complica las cosas”.

09 de mayo, 2025 Por: Aura Eréndira Martínez Oriol @AuraErendira


En Aúna sabemos que las mujeres no solo queremos estar en la política: queremos cambiarla. Y para transformarla, necesitamos hablar desde nuestras experiencias, desde nuestros cuerpos, desde nuestras contradicciones. Porque aunque hoy somos más las mujeres en espacios de representación, esos espacios siguen siendo profundamente hostiles para quienes gestamos, parimos y cuidamos. Ser mamá en política se sigue viendo como una anomalía, cuando debería ser parte de lo cotidiano.

Este texto nace desde el cuerpo. Desde la incomodidad física de un embarazo de nueve meses, desde el cansancio acumulado de semanas enfrentando un sistema que parece ensañarse con quienes habitamos una gestación. Porque, si algo he confirmado en estos meses, es que la política en México —y sus sistemas de apoyo institucionales— están diseñados para excluirnos. Y cuando digo “nos”, hablo de las personas gestantes, quienes sostienen la vida humana y, sin embargo, deben mendigar atención y someterse a múltiples trámites, en vez de recibir comprensión y respeto.

El culto a la maternidad está por todas partes en el discurso público. Pero apenas una mujer exige ejercer su maternidad en espacios de poder, el rechazo se hace explícito. El sistema te trata como un problema, un trámite incómodo, un obstáculo que “complica las cosas”. La violencia no siempre es directa —aunque también lo es—, pero siempre es sistemática. Está en la funcionaria del ISSSTE que te maltrata por no levantarte ágilmente; en la doctora que te quiere cerrar la puerta porque no te moviste con suficiente prisa; en los trámites que implican infinitos traslados, horas y frustraciones; en el proceso engorroso para ejercer un derecho tan básico como una licencia.

Todo esto sucede en instituciones públicas que deberían protegernos, deberían entender que, sin nosotras, no hay futuro posible. Porque ser mamá en política no es solo un reto personal. Es una batalla colectiva contra estructuras diseñadas para sostener a los mismos de siempre: hombres con hijos, sí, pero sin responsabilidades reales de cuidado, sin cargas, sin interrupciones, con todo el poder para delegar lo que no desean asumir. La política sigue pensada para ellos. Para sus cuerpos, sus horarios, sus ritmos, sus prioridades.

Y sin embargo, aquí estamos.

Contar con un trámite para ejercer la maternidad desde un cargo de elección popular, más allá de un acto administrativo, es un acto político. Es enfrentar la realidad de renunciar a unos derechos para poder ejercer otros. Que participar en la vida pública implica considerar renunciar al derecho al cuidado, a la salud o a una maternidad digna, o a la presencia y representación en un espacio de toma de decisiones. Que estar en la política no es compatible con vivir un proceso vital sin ser expulsadas de los espacios de decisión.

Sé que poder decir esto ya es un privilegio. Que muchas mujeres no pueden siquiera enunciar su rabia. Que hay quienes viven su maternidad en medio de violencia más allá de la institucional, el agotamiento extremo, de la informalidad laboral, de la precariedad sin red. Que hay mujeres para quienes ser madres, cuidar, es una condena, no una elección. Y que mientras algunas peleamos por una maternidad con dignidad, otras no tienen tiempo ni para respirar. Con ellas va también este grito. Esta denuncia. Esta afirmación de que no es que esto “así sea”, de que hay opciones.

Lo digo claramente: cualquiera —gobierno, sector o persona— que actúe como si la maternidad fuera un estorbo, una carga administrativa o un inconveniente presupuestal, está replicando un sistema roto; normaliza y se adscribe a la opresión violenta y directa de las madres. Las personas gestantes sostenemos la vida humana. Todas las personas somos el centro de la economía y de la sociedad. Cualquier concepto de desarrollo o prosperidad que nos excluya es, en realidad, otro nombre para la explotación y la opresión de nuestros cuerpos.

Por eso necesitamos algo más profundo que políticas de conciliación o licencias “generosas”. Necesitamos una transformación radical del modo en que entendemos el poder. Porque el poder que se ejerce a costa de nuestros cuerpos no es poder: es violencia. Y porque la política que no cuida, que no escucha, que no reconoce nuestras necesidades no nos representa.

Desde mi lugar como concejala, pero también como futura madre, estoy convencida de que no basta con abrir espacios para las mujeres: hay que cambiar la manera en que esos espacios se piensan, se habitan y se sostienen. Queremos instituciones que no nos obliguen a elegir entre la vida y la participación. Queremos procesos que reconozcan que cuidar también es una forma de gobernar. Que gestar también es una forma de construir futuro.

El embarazo no debería vivirse con miedo, con cansancio extremo, con trámites interminables, con la sensación de ser una molestia. Y sin embargo, así es como se nos trata. Si esto lo vivieran los hombres —con su cuerpo, con su tiempo, con su energía— las reglas serían otras. Habría protocolos claros, acompañamiento real, procesos rápidos. Pero como lo vivimos nosotras, se nos relega, se nos castiga, se nos invisibiliza.

Hablar desde donde lo hago, si al menos se respeta lo mínimo indispensable para la continuidad en el ejercicio de un espacio político, será una excepción con suerte. Ojalá motive la reflexión y el precedente para exigir cambios estructurales. Para que el Estado deje de tratarnos como un estorbo y comience a reconocernos como lo que somos: Constructoras de país. Sostenedoras de vida. Voces indispensables.

https://animalpolitico.com/analisis/organizaciones/diversas-y-juntas/maternidad-en-politica-devocion-exclusion